Clifford Geertz decía, en el primer ensayo de su célebre libro Interpretación de las culturas (1973) que lo que hacemos los y las antropólogas es, fundamentalmente, escribir. En realidad, todas las personas que hacemos investigación desde la academia, fundamentalmente, escribimos… pero en la universidad española las ocasiones de aprender a hacerlo en una asignatura específica son bastante raras.
Más allá de cuestiones prácticas, que están relacionadas, para bien o para mal, con el quehacer cotidiano de estudiantes e investigadoras (aprender a redactar trabajos para asignaturas, TFG, tesis, publicaciones de impacto), en antropología el problema de la escritura se ha impuesto como una cuestión epistemológica central por lo menos a partir de finales de los años 1970, con los debates sobre la autoridad etnográfica y la etnografía como género literario.
De hecho, lo que las y los etnógrafos escribimos no siempre puede reconducirse a una estructura clásica de texto expositivo-argumentativo y, a veces, llega a mantener relaciones estrechas y ambiguas con géneros narrativos o hasta poéticos, no siempre aceptados en la academia. La relación que algunos textos etnográficos guardan con lo literario, construyendo híbridos textuales que se mueven entre el informe científico y el relato de un encuentro transcultural, no es un capricho; al contrario, representa un intento para alcanzar uno de los objetivos principales planteados por la investigación etnográfica: entender, a través de la experiencia holística del trabajo de campo, la vida de personas que están inmersas en entramados culturales diferentes de los nuestros; y, por supuesto, conseguir que otras personas (lectoras) puedan entenderla a su vez, sin haber podido “estar allí” con nosotras.
Para escribir etno-guion-grafías, entonces, hay que aprender cómo plasmar textualmente los saberes que hemos construido haciendo investigación etnográfica, problematizando sus límites y sus formatos, pero, al mismo tiempo, buscando soluciones prácticas para salir del impasse y producir, finalmente, etnografías rigurosas, útiles, eficaces y – por qué no – bonitas. Etnografías, por supuesto, escritas, como nuestra tradición académica nos requiere. Pero también dejando un resquicio abierto a otras formas textuales que pueden revelarse, en ciertos casos, igualmente o más eficaces.
En esta ponencia vamos a presentar algunas reflexiones sobre la formación (o falta de ella) en escritura etnográfica, en los grados de antropología social y cultural. Vamos a utilizar ejemplos derivados de la experiencia de una de las autoras en la impartición de la asignatura Taller de escritura en antropología (Grado en Antropología Social y Cultural, Universidad de Granada) para sostener la necesidad de intensificarla y ampliarla, yendo más allá de las competencias básicas en la redacción de textos expositivos-argumentativos. En particular, nos centraremos en la importancia de incluir, en la formación sobre escritura etnográfica, competencias relativas a la escritura narrativa de no-ficción y a la apertura hacia lo multimodal.
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