El “Teatro Aplicado” supone un “término paraguas” surgido en la década de los noventa en Inglaterra que se viene usando para sistematizar las teorías y prácticas que hacen uso del teatro con diversas finalidades. Engloba aquellas actividades dramáticas que existen principalmente fuera de las instituciones teatrales convencionales y que están destinadas específicamente a beneficiar a los individuos y comunidades.
Desde la investigación en trabajo y educación social numerosos autores denuncian la creciente tecnificación y burocratización de los paradigmas de intervención social hegemónicos. Como demuestran algunos trabajos sobre “Teatro Aplicado”, para contrarrestar esta tendencia tecnocrática y convocar miradas más humanistas, el teatro ha sido una fuente inagotable de potencialidad. Por ello, el teatro ha sido un clásico objeto de interés para disciplinas como el trabajo o la educación social, dado que la cultura y el arte pueden ser “recursos” para la construcción de espacios de reconocimiento y visibilidad para sectores marginados que faciliten procesos para su reconquista de derechos culturales.
Este estudio está enmarcado en una tesis doctoral en curso sobre teatro aplicado, cuyo cuerpo empírico fue una etnografía desarrollada durante 29 meses (desde junio de 2018 a diciembre de 2020) en el seno en un grupo de teatro social generado de forma colaborativa con personas sin hogar y en diversas situaciones de vulnerabilidad de la ciudad de Granada. Si bien en otros lugares hemos indagado en los efectos sociopolíticos de esta experiencia a partir de los relatos experienciales de las personas “vulnerables” participantes, en esta investigación nos hacemos la pregunta, de contundente resonancia freireana: ¿qué aprendemos “las que enseñamos”?
A través la observación participante desarrollada en el contexto de investigación y de la exploración cualitativa de entrevistas en profundidad, grupos de discusión y conversaciones informales, se analizarán las repercusiones educativas que esta experiencia tuvo para los dos jóvenes estudiantes de educación social y trabajo social (que contaban con titulaciones artísticas ya terminadas) que participaron como co-mediadores teatrales de la propuesta. El propósito será indagar sobre los efectos de la misma a la hora de generar transformaciones en la sensibilidad de estos futuros profesionales hacia los colectivos categorizados como “vulnerables”, así como las posibles repercusiones en sus concepciones sobre la práctica profesional.
Los resultados del estudio muestran cómo las metodologías artísticas de corte participativo permiten establecer líneas de trabajo alternativas a la tecnocracia y la burocratización de las prácticas asistenciales, lo que puede redundar en una re-humanización de la identidad profesional del educador social. En nuestro contexto de investigación, la experiencia artística permitió trabajar desde la ética del cuidado y “desmercantilizar la experiencia vivida” que permitía, para los mediadores implicados en la misma, salir de la racionalidad instrumental, individualista y neoliberal del paradigma de intervención dominante, poniendo en juego soluciones de corte colaborativo donde los afectos tuvieron un papel esencial.
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